jueves, 6 de septiembre de 2007

SOCOMPA: el mirador del Llullaillaco

SOCOMPA: el mirador del Llullaillaco.

Un grupo marplatense coronó la cumbre del volcán salteño, en el marco de una expedición que en abril y mayo de 2000 recorrió los bellos y salvajes paisajes de la Puna buscando hollar las cumbres del Socompa y el Llullaillaco.


El Volcán:
El Socompa es una de las altas cumbres superiores a 6000 metros que engalanan la bella cordillera puneña. En el límite entre la provincia argentina de Salta y Chile, eleva sus 6031 metros cerca del rey de la puna: el Llullaillaco (6739 mts.). Junto a otros gigantes como el Salín (6022 mts.), el Aracar (6095 mts.), el Arizaro (5774 mts.) y los macizos nevados de Pajonales y Pulares (6233 mts.) conforman la línea de altos volcanes que coronan esa porción de los Andes. Su ubicación precisa es 24º 24’ S 68º 16’ O.
Para acceder al puesto Socompa, al pie del volcán, dos son las alternativas. Ambas tienen en común la belleza de lo inhóspito y la rigurosidad del ambiente. Se puede recorrer el camino que luego de San Antonio de los Cobres atraviesa el salar de Pocitos y de Arizaro y llega al puesto fronterizo a 3876 metros, o bien, en el ferrocarril General Belgrano, Ramal C 14, que nace en Salta, como el mítico tren a las Nubes, y luego de 2 días muere en Socompa.
El primer ascenso data de 1905 y fue logrado por el Dr. Federico Reichert. El joven químico alemán logró su victoria en solitario, luego de fracasar con su compañero Roberto Helbling, en el que fue probablemente el primer intento moderno de alcanzar la mágica cumbre del Llullaillaco.
Con el correr de los años y la llegada del ferrocarril, el Socompa se convirtió en un codiciado objetivo del andinismo. Motivadas por la cercanía del puesto fronterizo muchas expediciones se han dirigido al volcán dormido, buscando algunos su primer cumbre de mas de 6000 metros.
Tres son las rutas para acceder a la cumbre principal: la clásica por la faz sur y filo SO, la inaugurada por Sergio Bossini por la lengua nevada del Este y la del cañadón chileno que se une a la clásica en los 5500 metros, aunque es probable que ésta nunca se haya completado hasta la cima. Actualmente el itinerario mas utilizado es el del flanco este y es intentado desde los 4200 metros de la base.

Salida desde Mar del Plata
El 6 de abril de 2000, salimos de Mar del Plata con el ambicioso fin de conseguir los ascensos del Socompa y del Llullaillaco. Luego de un día en Salta adaptándonos a la gastronomía norteña entre empanadas, locro y los buenos vinos de esa provincia, comenzamos el viaje que nos llevaría a Socompa. Con el objeto de aclimatarnos pasamos una noche en San Bernardo de las Zorras y tres en San Antonio de los Cobres, donde aprovechamos a subir varios cerros y a seguir conociendo las delicias salteñas, ahora en el restaurante El Aguila pero siempre con un buen vino o una refrescante cerveza.
Seguimos viaje, haciendo “turismo minero”, visitando establecimientos abandonados y recogiendo vestigios del rico pasado que supieron tener. Cruzamos Los Colorados y el salar del Diablo. Ascendimos las siete curvas y más tarde llegamos a Tolar Grande, donde nos reaprovisionamos de gasoil. Continuamos por la ruta 27 que atraviesa el gran salar de Arizaro, uno de los más extensos de América, donde sus cristales se quedaron con el primer auxilio de la camioneta. Luego de observar extasiados el quebrado mar blanco, y ver recortados en el horizonte el Arakar, el Arizaro y el Antofalla llegamos a Caipe, una estación que supo ver la plenitud de la Azufrera La Casualidad. Allí la ruta 27 gira al sur y por un tramo de asfalto de 68 km. nos deja en el pueblo fantasma, que hace ya mucho tiempo albergó a 1200 personas. En La Casualidad vivían los trabajadores de la Mina Julia junto a sus familias. Había Iglesia y prostíbulo y las calles tenían nombre. Un cablecarril de 27 km. unía el pueblo con la mina, para trasladar el azufre en las 260 tolvas desde el cerro Estrella.

La Casualidad.
La vista del poblado era sobrecogedora. Eran las siete de la tarde y soplaba un gélido viento. Recorrimos las construcciones saqueadas y destruidas y acondicionamos una para pasar la noche. Ya instalados, un fuego en el hogar de la vivienda que ocupamos, entibió nuestros cuerpos e hizo propicio el ambiente para compartir amistosamente varios desafíos de truco, hasta que una pareja luego de apenas ganar un chico decidió abandonar. Nos entregamos entonces a seguir adaptando nuestro organismo a la altura (ya estabamos a 4000 metros) y a la realidad gastronómica de la montaña, y nos embarcamos en sofisticados platos entre los que sobresale un pastel de papa que nada tuvo que envidiar a los de la ciudad.
Al otro día recorrimos el poblado, asombrados por la calidad de las construcciones aisladas del frío por gruesos paneles de corcho. La visión de las vagonetas aún cargadas con azufre tiradas aquí y allá traían a nuestras mentes la historia de la plenitud y la violenta decadencia de la industria minera. Buscando elementos del pasado pudimos encontrar objetos de 1944, documentos de la Compañía Británica de Construcciones Limitada, el Ministerio de Ejército, el Establecimiento Azufrero Salta y de Fabricaciones Militares. En su plenitud se extrajeron 200.000 toneladas por año, de la mina Julia emplazada en el cerro Estrella. A mas de 5000 mts. vivían 650 mineros, mientras que sus familias habitaban en La Casualidad. El descubrimiento del mineral ocurrió en febrero de 1940 y aunque en las crónicas de la época se afirma que fueron ingenieros los que lo realizaron, la leyenda dice que fue Alegre, único habitante de Quebrada del Agua, que buscando el vital líquido, por casualidad encontró azufre.
Varios zorros acompañaron nuestro paseo hasta que una suave nevada nos mandó a nosotros hacia la casa y a ellos hacia sus madrigueras. Nos volvió a unir la cena, ya que se invitaron a comer lo que les arrojábamos desde la puerta.
Luego de dos días de permanecer en estos parajes continuamos por la huella que lleva a la Mina Julia, ascendiendo hasta los 5100 metros llegando casi a las construcciones abandonadas. El frío se hacía sentir y volviendo sobre nuestras huellas tomamos el sendero hacia la base del Llullaillaco que ya reinaba en el horizonte dominando todo el cuadrante norte con su glaciar sur.
La camioneta avanzaba bien en 4 x 4 sin necesidad de poner la baja, rodeamos el cerro Rosado y al mediodía llegamos al campamento conocido como “de cine”, en la ladera sur del Llullaillaco. Dejamos el porteo que llevábamos para recuperarlo en unas semanas cuando emprendiéramos la escalada del octavo coloso de América.
Los kilómetros pasaban y ya mirábamos con desconfianza el consumo de gasoil, aunque según los cálculos de Fabián alcanzaría para llegar a Socompa y volver hasta Tolar Grande a reaprovisionarnos.
Faldeamos el cerro Mellado, el de la Carpa y vimos el camino que lleva al puesto fronterizo. Ver quebrada del agua, la laguna Socompa y los perfiles del volcán y el Salín me hizo sentir en lugares familiares. Luego sentí cierta nostalgia al ver el poblado tal cual estaba cuando estuve con Marcos y el Capi para ascender el Socompa y el Socompa Caipis.

Socompa.
El poblado no es mas que unas cuantas casas que albergan a los trabajadores del ferrocarril y la aduana y las construcciones de Gendarmería Nacional. Las vías del tren van y vienen de Chile y hay una cancha de fútbol cuya línea central es el límite internacional. No hay luz ni agua. Un pequeño grupo electrógeno instalado en los últimos años brinda dos horas de energía a los gendarmes, mientras que el agua la transporta el tren. Nos recibió el sargento ayudante Mario Vega y nos ofreció alojamiento en una casa aledaña a la de ellos. El primer trato seco fue transformándose poco a poco en cordial y el mate entibió nuestros cuerpos y espíritus. Largos campeonatos de ping pong y truco fueron moldeando una relación con los gendarmes que una vez mas me hizo pensar en la extraña política de esa fuerza de seguridad de abandonar a su suerte a cuatro personas por puesto fronterizo.
Una de las mañanas salí a caminar pensando en las vivencias y personajes de hace siete años. Recordaba el ascenso al Socompa Caipis, el intento al Socompa, y la gente que conocí en esa oportunidad. Creía ver a mis compañeros de ese entonces visitando a los aduaneros o los trabajadores del ferrocarril. Analizaba una vez mas la veracidad de la escalada hasta la cumbre de los gendarmes que decían haber llegado una vez que nosotros bajamos. Igual faltaba poco para averiguarlo, ya que con leer el libro de cumbre no tendría mas dudas.
Ensimismado en mis pensamientos me cruzo con una persona avejentada que me recordó a Gerónimo, un ferroviario con quien compartí la cumbre del Socompa Caipis en 1993. Lo saludo y dispuesto a no quedarme con la intriga, lo interrogo sobre cuantas veces subió el “Socompita”: “Una vez, con unos muchachos de Mar del Plata, hace varios años” Era mi hombre, pero además agrega “es muy lejos y hay que ser duro para llegar”. No pude dejar de recordar como llegó a la cima, en cuatro patas y bufando, con las manos heladas y habiendo realizado innumerables ofrendas a la Pachamama. Nos dimos un abrazo y charlamos un rato.
A la noche tomando unos mates en Gendarmería, conté la historia y relaté los pormenores de aquella escalada rica en anécdotas y recuerdos.



Hacia el campo 1
Dos días pasamos comiendo y paseando y al tercer día comenzamos el ascenso. Recorreríamos la ruta clásica e intentaríamos hacerlo en tres días.
Partimos una mañana de los 3876 metros, dispuestos a instalar el campo 1 cerca de los 4500 metros.
Cruzamos la planicie ascendente llena de toperas que lleva hacia las estribaciones del volcán. Campos de piedra pómez y arena son el terreno a superar mas adelante y luego la pendiente es mas pronunciada. Nuestro ritmo era constante pero no rápido, para no desgastarnos mucho y adaptarnos a la altura. Ascendemos en fila sin conversar mucho pensando en el objetivo. Seguramente Fabián González (29), amigo de la infancia, camina tranquilo en busca de su cuarto seismil, Pablo Pepo Fernández (28), con quien comparto mi amistad desde los 10 años, debe ir expectante en busca de su primer contacto con la altura luego de años de escalada técnica, Mariano Buenaventura (24), camina, camina y camina muy seguro luego de años de deporte duro y su reciente ascenso a una de las cumbres del Walter Penck, Toni Moreno, con sus 56 años y mas de 10 de maratonista debe buscar el equilibrio entre sus experiencias en montaña y el esfuerzo de la maratón, además de ir pensando en como seguir bancándose a sus “jóvenes compañeros”. Por mi lado paso a paso busco reencontrarme con el cerro y busco mi segunda oportunidad de hollar la cumbre.
Encuentro lugares conocidos y superamos la ubicación del campamento de 1993. En 4600 metros, junto a una gran roca y en medio de un torbellino comenzamos a armar las carpas. Con bastante abrigo y los guantes puestos vamos desplegando las tiendas y ensamblando los parantes. Casi sin tiempo de armar una pirca alrededor de ellas nos metemos dentro cuando imprevistamente comienza a nevar. La mañana soleada y despejada y la presión alta no presagiaban la tormenta que pronto nos envolvió. Comimos sosteniendo la carpa y tratamos de dormirnos temprano. La nieve comenzó a acumularse y la carpa donde dormían Toni y Mariano cedió ante los embates del viento. Un parante quebrado y la carpa caída fue el saldo, además de una variada gama de insultos y amenazas a los que dormíamos en la carpa aledaña, porque no entendían como no nos habíamos despertado cuando nos pedían ayuda a la madrugada.
La tormenta continuaba y el Socompa ahora era blanco. Toni decidió bajar y Pepo lo acompañaría para traer mas comida ya que se prolongaría el tiempo en la montaña.
Los que nos quedamos dormimos un rato, tomamos mate y sopas y comenzamos con los interminables tutti frutti que serían un clásico del viaje.
Durante la tarde le escribo otra carta a mi hija Flor, ya que le encanta recibir muchas y escritas en lugares insólitos como campamentos de altura o en las cumbres mismas.
Cerca de las 16 hs. regresa Pepo con un surtido de latas y asado que nos mandan los gendarmes. Esa noche solo nos faltó el vino. Había dejado de nevar y el viento seguramente volaría algo de lo acumulado.

Hacia la cumbre:
El 19 de abril amaneció ventoso y frío. Desayunamos y emprendimos el ascenso. La ruta clásica asciende por un gran acarreo buscando el filo SO alcanzándolo en un roquerío conocido como “primer diente”. Nosotros ascendimos directamente hacia el “segundo diente” ganado velocidad a costa de mayor esfuerzo. El tramo fue duro y entrada la tarde armamos el segundo campo de altura a 5300 metros en el lugar donde se desciende al cañadón chileno. La carpa apenas entraba en el único balcón semi plano que encontramos. Tomamos té de limón y dormimos bastante bien.
El frío fue intenso durante la noche y en la mañana del 20 desayunamos té con galletitas y partimos hacia la cumbre. Recorrimos el cañadón presos de las sombras de los enormes paredones del contrafuerte sur, cruzando de un lado al otro el curso de agua helado. La temperatura baja nos consumía y las manos enfundadas en varios pares de guantes no sentían lo que tocaban.
En los 5500 metros llegamos a una playa amplia bañada por el sol. Rápidamente nos recuperamos del frío y nos deshicimos de algunas prendas. Descansamos al sol y calculamos lo que nos faltaba. Bordeamos un gran nevé que baja de la antecumbre y agotados alcanzamos los 5870 metros.
Desde ese punto divisábamos la pirámide cumbrera y realmente parecía muy lejana. Un breve descanso y otra vez a caminar sin pensar mucho. Paso a paso avanzamos por el pedrero final hasta el último escalón que requiere una corta escalada de unos tres metros. Uno a uno subimos y juntos caminamos los últimos pasos hasta la cumbre. Llegamos, nos abrazamos y apreciamos la inmensidad de la cordillera. El Llullaillaco reinaba en el paisaje. Filmamos, sacamos fotos y disfrutamos una hora en la cima, prácticamente sin viento, por primera vez en la expedición. Hablamos, pensamos y sentimos juntos compartiendo sueños y dedicatorias.
Luego de la emoción alzamos la cruz caída de la cumbre que colocara el club Janajman y la colocamos en la pirca cumbrera. Era una de las cosas que había quedado pendientes del viaje de 1993. Luego cuando ya erguida era el punto mas alto del volcán, sentí que finalmente estaba cumplida la promesa que nos hicimos con Marcos Cocconi aquel año, cuando la vimos caída en las fotos que nos mostraron unos amigos salteños.
Leímos detenidamente el libro de cumbre y dejamos uno nuevo en una caja plástica. Revisé detalladamente los ascensos de 1993 y buscamos nombres de conocidos.
A las 18 hs. comenzamos a bajar llegando a las 20.30 hs. al campamento, de noche, con mucha sed y cansados. Atrás quedaron anécdotas como los resbalones de Mariano por el hielo o las piedras que tiraba Pepo desde el col buscando el destellador que señalaba el paso. La realidad era que dos bajábamos y dos se quedaban una noche mas en el segundo campamento. Bajamos con Pepo llegando a las 24.00 hs. Toni nos preparó mate, caldo y leche con miel hasta terminar de contar todas las historias vividas.
Disfrutamos todavía unos días mas en Socompa y le regalamos la bandera que flameara en la cumbre a Mario Vega.
Una tarde nos fuimos para San Antonio de los Cobres en busca de napolitanas con fritas y cerveza para recuperar fuerzas para la segunda etapa de la expedición. El rey de la Puna, el Llullaillaco, esperaba en el horizonte.



RESTOS INCAS.

Durante nuestro ascenso al Socompa tuvimos oportunidad de descubrir vestigios incas. Donde instalamos nuestro segundo campamento encontramos gran cantidad de leña. Luego, en Salta, Alejandro Giménez nos contaría que durante su primer ascenso en ese lugar había varios atados. Desde aquí se aprecia el Llullaillaco en toda su magnitud elevándose desde las entrañas de la puna.
Dentro del cañadón que conduce a la cumbre hay una pequeña construcción bien conservada apoyada en la pared que cae del contrafuerte sur. Es un excelente mirador y domina el paisaje hacia el NO.


LA PACHAMAMA.

En todo el norte se respeta a la madre tierra ofrendándole siempre el primer trago o bocado de lo que se valla a tomar. Por otro lado se erigen apachetas en lo alto de las abras o en las mismas cumbres. Cada viajero que pasa por allí debe ofrendar algo y agregar una piedra a la pirca.

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