domingo, 19 de agosto de 2007
CERRO DE LA AGUADA: El centenario de la primera exploración
Conmemorando el centenario de la primera exploración de la zona a cargo de Fritz Reichert en 1904, un grupo formado por marplatenses y salteños recorrieron la aún hoy inexplorada región buscando conmemorar el hito histórico y buscando su propia experiencia en pleno desierto de Atacama.
Fritz Reichert: El padre del Andinismo.
El doctor Federico Reichert, Fritz, como lo llamaban sus amigos nació en Suabia, Alemania el 3 de noviembre de 1878. Se graduó en química en la Universidad de Estrasburgo y completó sus estudios de física y geología alcanzando el doctorado.
Alpinista desde su mas joven edad escaló en los Alpes y participó en una expedición al Cáucaso donde logró junto con sus compañeros el primer ascenso del Uschba, el Matterhorn de la cordillera caucásica.
En 1904 fue contactado por el profesor R. Hautal designado por el gobierno del General Roca para contratar hombres de ciencia que recorran el territorio nacional para estudiar minerales útiles y materia prima industrializable.
Llamado por la aventura se embarcó junto a su esposa rumbo a la que llamaría su segunda patria, la República Argentina. Pronto fue enviado a la Puna de Atacama en busca de boratos. Partió de Buenos Aires a mediados de junio de 1904 con destino a Salta. Desde allí viajó por la quebrada de Escoipe y arribó a San Antonio de los Cobres. Continuó su viaje utilizando mulares o burros y en varias jornadas fue recorriendo zonas cercanas a Santa Rosa de los Pastos Grandes, Salar Ratones, Antofallita, Vega La Botijuela, Antofagasta de la Sierra y regresó a Salta a mediados de septiembre del mismo año. Durante ese viaje exploró sin hollar la cumbre los nevados de Cachi y de Antofalla y realizó el segundo ascenso del Chañi y el primero de una de las cumbres de la Aguada.
En la edición de 1904 de la revista del Club Alpino Alemán el propio Reichert relata su expedición y allí describe haber llegado a 50 metros de la cumbre del Cachi, haber alcanzado desde una quebrada entre el Antofalla y la Aguada la cumbre del último, haber alcanzado un collado a 6000 metros en el Antofalla y haber realizado el segundo ascenso del Chañi, describiendo los vestigios de la cultura inca encontrados en el cerro.
La escalada a la Aguada es la primera ascensión andina de Reichert, cobrando de ésta manera una importancia jamás mencionada por los distintos autores que trataron las campañas del alemán.
El ascenso es referenciado en la revista del Club Alpino Alemán, pero no es mencionado en su autobiografía (1946).
A su regreso se incorporó a la Facultad de Agricultura y Veterinaria y durante 1905 realizó su segunda campaña a la Puna de Atacama, alcanzando la cumbre del Volcán Socompa.
Las grandes campañas andinas de Reichert fueron realizadas sobre todo en Mendoza acompañado generalmente por el ingeniero suizo Roberto Helbling y por su cuñado Fritz Bade. En 1906 intentó el Aconcagua, en 1907 escala el Tolosa, el Catedral y el Gemelos, en 1908 escala el pico Río Blanco y el Polleras, en 1910 el Plomo, en 1911el Juncal y en 1912 el Tupungato.
Luego el interés de Reichert se centró en el sur del continente intentando el Tronador en 1910 (el collado entre la cumbre principal y el pico Argentino se llama col Reichert). Luego trazó un plan de exploración integral de la cordillera patagónica y en 1914 alcanzó desde el lago Argentino el divorcio interoceánico en el hielo continental patagónico (actualmente paso Reichert). Exploró el río Turbio y dirigió varias expediciones al San Valentín, cumbrera de los hielos patagónicos.
Publicó “La Exploración de la Alta Cordillera de Mendoza” (1929) y su autobiografía “En la cima de la montaña y de la vida” (1946). Murió en Santiago de Chile en 1953.
Explica Vojslav Arko que no fueron solo las ascensiones, ya de por sí memorables y fundamentales, que proporcionaron al doctor Federico Reichert el apodo meritísimo de “padre del Andinismo”, sino una vida íntegra dedicada a la cordillera, un espíritu fuerte, tenaz y emprendedor, acompañado por un sano criterio, que lo hizo actuar en forma orgánica acumulando una suma de trabajo que no tiene paralelo en todo el continente.
Un siglo después.
El 16 de agosto de 2004, se reunió el grupo en Salta, pero faltaban algunos días, que se utilizarían para ultimar detalles, para la partida a la cordillera.
El grupo lo formábamos tres salteños y dos marplatenses o mejor dicho un marplatense y un miramarense, pero eso sí, ambos socios del Club Andino Mar del Plata.
Los salteños estaban encabezados por Alejandro Giménez Gambetta, viejo amigo y gran montañista con siete cumbres de mas de 6500 metros y mas de una decena superiores a 6000. Completaban el grupo norteño Nicolás Pantaleón, joven y activo integrante de la expedición, todavía con polvo en su mochila de sus recientes ascensos a la cumbre sur del Incahuasi y su tercer ascenso a la cumbre Libertador de los Nevados del Cachi y Juan Speroni, andinista con gran experiencia y una fortaleza física notoria.
El grupo de la costa atlántica estaba integrado por Toni Moreno de Miramar, que con sus 63 años levantaba el promedio de edad pero aportaba experiencia y quien escribe Guillermo Almaraz auto postulado como historiador del grupo y por consiguiente con la tarea de recabar información y recordar constantemente cada sitio recorrido por Reichert 100 años antes, pese a que alguno no le interesara demasiado en ciertos momentos.
Finalmente luego de varias noches de locro y empanadas partimos el sábado 21 rumbo a San Antonio de los Cobres. Allí nos alojamos en las dependencias del Ejército Argentino y esa noche visitamos y cenamos en el restaurante El Águila propiedad de viejos amigos adquiridos en otras excursiones.
El 22 durante la mañana recibimos por teléfono la confirmación que nuestro amigo Alejandro Lewis, desaparecido en el Nevado Sajama (Bolivia), finalmente había aparecido sin vida. Conmocionados por la triste novedad, optamos por intentar un objetivo para homenajear la memoria de nuestro amigo. Partimos en medio de un fuerte vendaval hacia el Tuzgle (5480 metros) y esa tarde en medio de la montaña que nos unió en vida, nos encontramos cerca de su espíritu unido para siempre a la montaña.
El 23 seguimos nuestro camino hacia Tolar Grande. El cielo seguía cubierto y varios manchones de nieve engalanaban la terrosa puna. Muchos cerros conocidos por sus colores ocres, bermellón o verdosos, estaban ahora con su vestimenta invernal inmaculadamente blancos. Ahora el Aracar, el Arizaro, las cumbres del Macón y el Guanaqueros eran níveas líneas recortadas en el plomizo cielo. Durante varias horas una suave nevisca había caído tiñendo el salar de un tono distinto y el al ingresar al camino que conduce a Mina Arita además de intensificarse la nevada ya no se veía a mas de cien metros.
Luego de recorrer los últimos 57 kilómetros desde el desvío arribamos a Mina Arita (S 25º 02 13 W 67º 45 54,2) , donde nos recibió Carlos Rodríguez, viejo conocido a quien le llevamos algunos regalos y fotos de nuestro último paso hace unos años.
Nos permitió alojarnos en una de las construcciones de la mina donde rápidamente distribuimos la carga y procedimos a preparar la cena. Carlos vive en Arita desde 1969 y trabajó en las canteras de onix hasta 1980 cuando terminó la explotación. Luego se quedó viviendo al principio con un compañero de avanzada edad que a los años murió, y luego solo hasta hoy. Cuando lo conocimos en 2000 solo una docena de grupos había llegado a ese olvidado lugar, pero desde 2001 existen varias empresas que explotan la zona y durante temporadas se alojan en Mina Arita geólogos y personal de las compañías mineras.
Durante la noche nevó y llovió convirtiéndose en toda una novedad ya que además de ser una de las zonas mas áridas del mundo, estábamos en la temporada seca.
El primer ascenso moderno al Cerro Arita:
Luego de desayunar Juan y Nicolás partieron en medio de la nevada al cono de Arita (3688 metros), denominado por el IGM Cerro El Cono y por sus primeros ascencionistas deportivos Cono CAN en honor al Club Andino del Norte. Volvieron tarde y luego de caminar varias horas bajo las inclemencias del tiempo, pero contentos con la cumbre.
Los restantes integrantes del grupo junto con Carlos Rodríguez fuimos hasta un socavón que data de 1905 y seguramente fue visitado o descubierto por Fritz Reichert. Desde éste punto (S 25º 02, 25,8 W 67º 45 48,1) y a 4032 metros divisamos en un momento entre las nubes la cumbre del volcán Arita (4763 metros). Luego en otro momento vimos entre las nubes una cumbre mayor mas al norte, que la carta marcaba como Cerro Cori (4831 metros) pero Carlos explicó que todo el cordón era denominado Arita con sol de mañana (desde el este) y Cori con sol de tarde (desde el oeste). Con el interrogante instalado y en un momento en que se despejó decidimos intentar el ascenso. Cerca de las 17 hs. llegamos a la cumbre del Arita y verificamos que no había signos de ningún ascenso anterior. Evidentemente el cerro denominado Arita por Milenco Jurcich era el denominado Cori por el IGM y él junto a sus compañeros habían logrado hace casi 50 años la cumbre independiente que se erigía al norte de nuestra posición y nosotros éramos los primeros en alcanzar la cumbre del Arita.
En realidad grande fue la sorpresa cuando en la misma cumbre encontramos un circulo ceremonial de 1,80 de diámetro en su lado mas largo y 1,50 en su parte mas angosta, restos carbonizados bajo las piedras y leña a uno de sus lados.
Luego de fotografiar el sitio, dejar un testimonio y llevar un pequeño trozo de leña para la prueba de carbono 14, continuamos para una cumbre al norte que podría ser aún mas alta. Finalmente cuando llegamos a la cumbre comprobamos que era unos 15 metros mas baja y tampoco estaba escalada. Dejamos nuestros nombres y bajamos rápidamente.
Cuando ya el sol había caído, una fuerte tormenta eléctrica iluminaba el cielo y nosotros cenábamos contentos por los ascensos.
El oasis de Reichert: Vega La Botijuela.
El 25 cargamos todo y partimos hacia Vega La Botijuela, antiguo campamento de Reichert en su expedición de 1904. Decidimos explorar la huella que va a Caballo Muerto pero luego de unos kilómetros la camioneta quedó enterrada en la nieve fresca. Luego de un tiempo de trabajo finalmente salimos y continuamos camino con el Archibarca al NO y el Tebenquicho al Este, con mucha nieve sobre el camino y con algunas hondonadas que debíamos esquivar. Al llegar al alto denominado Trapiche el viento era fuertísimo y vimos en el bajo el hermoso salar de Antofalla.
Pasamos por la bifurcación que va al poblado de Antofalla y seguimos bordeando el salar 38 kilómetros hasta la parte baja de la vega (S 25º 44 60 W 67º 49 01,3). Allí exigiendo la camioneta casi al máximo, subimos entre el fangoso terreno desde los 3300 del salar hasta los 3460 de la casa de Simón Morales.
Simón nos recibió gustoso en la propiedad que heredó de sus padres hace ya varios años y donde vigila su ganado y cuida en la temporada de lluvias su huerta.
La visión de la Aguada que se recorta en el cielo con sus laderas totalmente blancas nos invitaba a soñar con su cumbre.
El lugar es maravilloso, enclavado en la árida puna pero rodeado de unos colores que solo en esa parte del mundo se pueden encontrar. El blanco inmaculado del salar, el azul intenso de la vega, el amarillo seco de los pastizales, los ocres y rojos de los cerros y el cielo dando el marco ideal al paisaje, obnubilan al viajero actual como lo hizo con Reichert hace cien años. Además en un balcón natural una olla de agua termal invitan a un baño reparador como el explorador alemán relata en su autobiografía y el cono de un extinto geiser con un túnel a las entrañas de la tierra termina de extasiar a cualquiera que llegue allí.
Pronto decidimos pasar allí todo un día para disfrutar del lugar y luego de esperar la invitación del dueño de casa, armamos las carpas al lado de la cocina de Simón.
Esa noche cenamos todos juntos y tomamos mate a la luz de un pequeñísimo farolito a gasoil.
Al otro día almorzamos un asado de cordero y durante la tarde hicimos una excursión para encontrar una forma de acercarse al Cerro de la Aguada, objetivo de nuestra expedición. Volvimos unas horas después con muchas fotos y con la certeza que solo podríamos avanzar 2 kilómetros y nada de desnivel.
Si bien la ruta de Reichert fue la quebrada que separa el Antofalla de la Aguada (este), nosotros optamos por otra que desciende al SE. La Aguada según describe Reichert es un volcán poderoso y posee dos cumbres, la sur mas alta que la norte. En inmediaciones de la principal existen dos cumbres secundarias bastante mas bajas pero superiores a 5200 metros.
De la cumbre descienden dos marcados filos uno al sur y el otro al sureste, nuestra ruta buscaría alcanzar la base del filo sureste luego de recorrer la quebrada por donde transitábamos.
Cien años de soledad:
El 27 temprano comenzamos a caminar dispuestos a dividir en tres jornadas los 2300 metros de desnivel para asegurarnos tener suficiente tiempo en la cumbre para buscar el testimonio
Durante la primer hora cruzamos un extenso campo prácticamente sin ascender, para luego ingresar en la quebrada propiamente dicha. Pronto la pendiente iba ganando inclinación y el esfuerzo se sentía, unos escalones rocosos nos obligaron a utilizar las manos en algunos tramos y luego de 900 metros de desnivel y seis horas de marcha acampamos a 4400 metros junto a un nevero que nos proporcionaría agua.
Luego de armar las carpas y tomar mate Nicolás encendió una hoguera protegida del viento y junto a ella conversamos hasta que el sol caía en la cordillera.
Al otro día luego de una tranquila noche continuamos por la quebrada que se desdibujaba hasta el pedemeonte del cerro, cruzando toda la ladera hasta alcanzar el filo sureste. Allí a 5000 metros establecimos el campo 2 (S 25º 41 19,3 W 67 52 40,2). Costó bastante nivelar el terreno para colocar las carpas pero entrada la tarde estábamos cocinando la cena e hidratándonos.
Todo el ascenso hasta ese momento había transcurrido con el cielo algo nublado, pero esa tarde se despejó para ya no volverse a cubrir.
Desde el campamento veíamos las siluetas del Vallecitos y el Colorados totalmente nevados y nos recordaba constantemente el ascenso al primero durante una expedición en 2002.
Luego de una prolongada charla nos dormimos y pasamos la noche placenteramente.
Antes del amanecer del 29 de agosto de 2004, tomamos café con galletitas y acondicionamos las mochilas para partir. Hacía frío pero no era tan intenso como a mas de 6000. Partimos despacio cerca de las 8 hs.
Ganamos altura por el filo y el sol ya nos iluminaba. El grupo avanzaba unido y los mas fuertes esperaban a los mas lentos y en ningún momento de la escalada nos separamos. Descansamos varias veces y entre los 5500 y 5600 metros la pendiente ganaba inclinación. Desde este punto el filo alcanzaba lo que parecía la antecumbre a mas de 5700 metros. Alcanzamos ese punto y avanzamos seguros que pronto alcanzaríamos la cumbre.
Rodeamos la supuesta antecumbre y con emoción recorrimos el tramo que nos llevaba a la plataforma cumbrera. Alejandro que iba unos pasos adelante nuestro grito ¡cumbre! y los cinco abrazados alcanzamos el punto mas alto poco antes delas 14 horas.
Los dos GPS indicaban 5810 metros y la posición era S 25º 40 46 W 67º 53 39.
Lo primero que nos llamó la atención fueron tres círculos en la cumbre misma de 80 cm. de diámetro aproximadamente y ninguna señal de Reichert.
Pronto nos pusimos a recorrer la cumbre y buscar en cada piedra el testimonio del alemán. Casi una hora después y luego de haber comprobado que no había una piedra sobre otra en ningún lugar y ningún vestigio del paso de un hombre moderno, dimos en la cuenta que en vez de encontrar señales de 100 años de antigüedad habíamos hallado signos ceremoniales incas de mas de 500.
Contamos tres círculos en la cumbre y cuatro mas en las inmediaciones. No encontramos leña ni restos carbonizados, pero en uno de los círculos había pequeños restos de un material negro que pensamos que podía ser algo quemado quizá por un rayo. Una hora mas pasamos en la cumbre tomando fotos y mediciones con el GPS. Alejandro alcanzó una cumbre secundaria cercana, al oeste de la principal, recorriendo el filo buscando infructuosamente otros círculos.
Dejamos nuestro testimonio y construimos una apacheta para recordar nuestro ascenso, señalándolo como primero moderno al no encontrar signos de la exploración de Reichert y suponiendo que si él hubiese estado allí habría visto los círculos incas. Vale aclarar que Reichert además de ser un científico, lo cual lo ubica en una posición idónea para diferenciar una construcción del hombre de una formación natural, reconoció y describió restos antiguos en el Chañi (1904) y el Socompa (1905).
Descendimos por la hondonada situada entre el filo sureste y el contrafuerte que remata en la cumbre secundaria este. Desde esta posición y observando la importancia que adquiría éste contrafuerte pensamos que Reichert seguramente subió esa cumbre ya que desde la quebrada por la que él avanzaba tomaba mas protagonismo aún y obstruía la visión de la cumbre principal.
Llegamos al campo 2 y pronto desarmamos todo. Cargamos nuestras mochilas, dejamos el lugar libre de basura, ofrendamos a la pachamama agradeciéndole que nos permitió el ascenso y emprendimos el regreso.
Vida social en la Puna:
Luego de unas horas la noche nos abrazó pero la luna llena nos iluminó y el GPS nos guió directamente a la camioneta por una quebrada mas directa y de gran inclinación.
Llegamos a lo de Simón Morales algo después de las 10 de la noche. Nos recibió contento y algo asombrado que habíamos logrado llegar “al alto”. Preguntó otra vez si habíamos llegado al punto mas alto y luego si todos lo habíamos hecho. Finalmente inquirió si el viejito (Toni) también había alcanzado la cumbre. Ya nos había contado que él creía que en la cumbre había un ojo de agua o quizá otro cono (geiser) como el que tenía atrás de su casa. Alejandro le mostró en su cámara digital la foto de cumbre y allí corroboró el final de nuestro camino. Agregó que no pensaba que era tan plano allí arriba. Cenamos y nos acostamos.
Amanecimos temprano y luego del mate algunos se bañaron en la terma y otros afilamos los cuchillos para el asado.
Simón nos preparó varios kilos de asado de cordero y junto con algunos litros de vino compusieron el almuerzo de festejo de la cumbre. El momento fue el mas placentero de la travesía y disfrutamos a lo grande del paisaje, su gente, sus comidas y la cumbre.
No pudimos salir temprano así que ese día nos conformamos en cubrir los 20 kilómetros que nos separaban de Las Quinuas. Allí nuestro amigo y guía de otras expediciones Antonio Alancay (75 años) nos alojó en su casa y nos invitó con un exquisito asado. Con él solo estaba su sobrina Adelina de 14 años. Poco después de nuestra llegada arribaron de La Brea Jesús Vázquez con su señora Inés y sus hijos Ricardo y Cándida. Les entregamos unas fotos que sacamos en 2002 y cumplimos con la promesa de llevarle a Inés una foto de sus dos hijas que nos pidió sacáramos en aquella oportunidad.
El 31 de agosto, último día del mes de la pachamama, nos despedimos de don Antonio y de la familia Vázquez y partimos a Tolar Grande.
Esperábamos llegar para la fiesta de cierre de la pachamama y así lo hicimos. Llegamos a las 16 horas pero todavía no habían empezado el almuerzo. Tamales, locro y vino. Luego el convido a la pachamama hasta el atardecer. Coca, chicha y cigarros. A la noche empanadas, vino y festival folclórico y de tonadas. Conocimos mucha gente y nos encontramos con algunos conocidos de Antofalla y Antofagasta.
Pronto se supo de donde veníamos y luego de las felicitaciones, el corresponsal de Clarín, que se encontraba cubriendo la fiesta de cierre de la pachamama, nos reporteó para publicar un informe de la expedición.
Nos fuimos el 1 de septiembre, el día que comienzan las clases en la cordillera (vacaciones de 15 días en Navidad) para Salta. Dentro nuestro llevábamos recuerdos, amigos y vivencias nuevas que guardaríamos el resto de nuestras vidas.
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