“Interesantísimo relato de uno de los más entusiastas raidistas de nuestra ciudad, cultor de esta durísima disciplina y deportista cabal, Antonio José Moreno (Toni)”.
Diario Crónica publicado el 12 de Julio de 2003 en Miramar
EN BICICLETA HACIA LAS NUBES
2003
Decido detenerme para abrigarme y protegerme del viento gélido que sopla desde el Oeste, al hacerlo tengo que apretar el freno de mi bici … la pendiente es tan pronunciada, que tira la misma con toda su carga para atrás, estiro una mano y logro sacar un buzo de una de las alforjas, aunque con esfuerzo, finalmente puedo ponérmelo, sin que se caiga la bicicleta y yo con ella… a 4.500 metros de altura cualquier actividad es muy dificultosa, la falta de oxígeno afecta el rendimiento de todo el organismo, los músculos no responden, la respiración es caótica y el cerebro se niega a funcionar con normalidad. Efectos varios: Lentitud de los reflejos, habla dificultosa, torpeza generalizada, carácter irritable, etc.
Salimos da S. A. de los Cobres a las 8:30 horas y llevamos casi ocho horas trepando esta “Montaña” por una “huella” que se supone, es la Ruta 40, que va por el Abra del Acay hacia La Poma. La inquietud se ha ido apoderando de mí, poco a poco, trato de no mostrarla a mis compañeros “Piki” y “el Vasco” pero las circunstancias se han puesto muy difíciles por varios motivos. Son las 16 horas y nos quedan solamente dos horas de luz diurna, estamos a gran altura, agotados después de horas y horas de trepar pedaleando y el camino, a nuestra derecha está flanqueado por la pared casi vertical de la montaña y en el lado izquierdo, solamente el hecho de mirar el precipicio, que está al acecho, produce vértigo, ni soñar de intentar bajar por ahí para poder acampar…
Pero, en algún momento tenemos que hacerlo, antes que oscurezca del todo. El frío y el viento de la noche en la alta montaña es muy intenso y necesitamos un lugar mínimo para armar nuestras carpas. La única opción que nos quedaría… sería hacerlo sobre el camino, que consiste en una angosta huella, pero a medida que pasan los minutos descarto esta posibilidad, dado el riesgo de ser aplastados por un auto en medio de la noche. Seguir pedaleando para arriba, ganando altura también es muy riesgoso, el apunamiento se acentuaría y las posibilidades de llegar a lo más alto de la cuesta serían muy escasas, sumado a esto, tendríamos que emprender la bajada de noche, por un angosto camino de montaña flanqueado por enormes abismos. Sabíamos que este trayecto sería muy difícil, subir el Abra del Acay de 5.006 metros de altura sobre el nivel del mar, partiendo de San Antonio de los Cobres en la Provincia de Salta es de una dureza extrema, y si a eso le agregamos que, nuestras bicicletas van con equipo de campamento completo, comida, agua (8 litros) y ropa para fríos muy rigurosos, herramientas, etc., todos estos kilos, “llevarlos” para arriba a gran altura se pone muy complicado… por decirlo de alguna manera. Para contrarrestar todo esto tenemos a nuestro favor, Años de entrenamiento, el espíritu deportivo metido en los huesos y una insaciable sed de aventura.
Habíamos partido de Miramar unos 15 días atrás, éramos cuatro con la firme decisión de meternos con nuestras mountain bikes en el desolado y árido Desierto de Atacama; “Piki” Orellano, Rubén Cela (el Pelado), Hector Elgueta (el Vasco) y yo Toni Moreno, después de rodar con nuestras bicis un camino, prácticamente inexistente, finalmente llegamos al Peñón, pueblo perdido en plena Puna Catamarqueña, al que se arriba por una huella marcada entre interminables pedregales y arena suelta, nos costó 6 días de duro trajinar de los cuales los últimos 3 fueron en total soledad. A esa altura ya el desierto “rey” y “señor” de la zona se había adueñado de nosotros haciendo pagar a nuestros cuerpos un costo físico muy alto, pero a cambio nos dio su inmensidad impoluta de paisajes vírgenes y su silencio, sólo interrumpido por el viento, su aridez nos curtió la piel, pero a medida que pasaban las horas y los días, una sensación de perfecta libertad se iba apoderando de cada uno haciendo volar nuestro espíritu.
Al cumplir esa primera parte de nuestro viaje, nos dirigimos en un pintoresco colectivo hasta El Eje, un modesto pueblo, desde ahí, montados en nuestras bicis nuevamente, y ya por zonas pobladas, después de 450 Kms y 4 días entramos en la ciudad de Salta. A esta altura lamentablemente el Pelado Cela tuvo que regresar a Miramar. Extrañando al compañero de “fierro” que había resultado, seguimos viaje al siguiente día, rumbeando para S. A. de los Cobres donde arribamos sin mayores novedades a las 21 horas.
A la mañana siguiente desafiamos la mítica ruta 40, con su paso de mayor altura en todo el continente Americano, el Abra del Acay, con su soberbio desnivel y su completa soledad. En los dos días que nos llevó subirla no cruzamos un solo vehículo. Habíamos emprendido esta expedición sabiendo que sería muy exigente y no nos defraudó en lo más mínimo.
Las cumbres de las montañas “navegan” sobre nuestras cabezas por un intenso cielo azul; frente a nuestras ruedas se alzan las primeras estribaciones y en el horizonte se divisa el enorme cordón montañoso, coronado por la cumbre del cerro del Acay, que con sus 5.800 metros sobre el nivel del mar y su nieve eterna nos hace tomar conciencia de nuestra pequeñez ante la naturaleza. Hemos pedaleado largo y tendido y después de una breve parada para descansar y normalizar la respiración .., proseguimos sin poder apartar nuestras miradas del horizonte donde, invadiéndolo todo, se yergue majestuoso el cordón montañoso que tenemos que superar. El cansancio de mi cuerpo ha ido desapareciendo a medida que lo ha ido reemplazando la preocupación de lo avanzado de la tarde, y no se vislumbra un mínimo de espacio para acampar… De pronto nos parece ver una senda en el fondo del barranco a la cual no podemos acceder por lo empinado del mismo. Después de conversar con mis compañeros, decidimos en común acuerdo seguir adelante ya que por lógica, esta senda debería conectarse en algún punto con el camino por donde vamos… ¡Y así fue!, finalmente cuando moría la tarde, pudimos aunque con dificultad “bajar” el hondo cañadón por una huella hecha seguramente por cabras o guanacos salvajes de la región teniendo que pasar unos momentos de vértigo bastante adrenalínicos, ¡al fín! accedimos a un lugar lo suficientemente plano donde armar nuestras “casas” (carpas) mientras la noche se iba adueñando de todo. Ordeno mi equipo aprovechando la poca luz que queda, echo una mirada a mi altímetro y éste me marca 4.600 metros de altura, hemos trepado unos 900 metros y nos restan aproximadamente 300 metros de desnivel que sabemos serán sin duda alguna durísimos, también sabemos que la noche será “muy larga”, a esta gran altura hay un 60% de oxígeno del que hay al nivel del mar, y por lo tanto el cuerpo no se recupera del esfuerzo como en el llano, pero siento que los tres ya tenemos la íntima convicción que lo lograremos. Nuestro viaje ha tenido todas las características de una aventura por el echo de que hayamos tenido que depender hasta tal punto de nosotros mismos de que este… es un raid ciclístico “a la antigua”, no hay teléfono, ni radio, ni vehiculo de apoyo. Estamos completamente aislados de nuestro mundo cotidiano, librados sólo a nuestros propios recursos, sin nadie a quien acudir debiendo aceptar la responsabilidad de nuestros errores en este “mundo” mineral duro, solitario, pero intensamente bello, ¡Claro! como humanos que somos, cometemos errores, pero estos son para una mayor conciencia sobre nosotros mismos y nos sirven para aprender siempre un poco más.
Finalmente amanece, la Puna pegó fuerte, la noche y el frío fue su aliado, pero los tres tenemos mucha experiencia en pedalear en montaña y nos sobrepusimos a los malestares (que los hubo) propios de la falta de oxígeno. No es la primera vez que pasamos por una situación así, ya se ha formado una mística en el grupo a través de varios ciclo raides juntos, cada uno sabe lo que dan los otros, y lo que es más importante, un fuerte espíritu de equipo nos une en todas las circunstancias. Creo que nuestra filosofía es muy sencilla: “No le quitemos años a nuestra vida, pongámosle vida a nuestros años” (Arjona). Adentro de nuestras carpas el frío es paralizante, el agua está congelada, tenemos que salir al exterior a romper el hielo formado contra las piedras… finalmente después de luchar con los calentadores (con el frío no funcionan bien), logramos tomar algo caliente. Ya el sol acaricia nuestras espaldas cuando emprendemos la segunda etapa, un sin fin de curvas que apuntan al cielo es todo lo que vemos, vamos callados y jadeantes luchando por el escaso oxígeno, solamente cuando hacemos una breve parada hablamos lo indispensable, no más…
Había pasado una hora desde la partida cuando divisamos, en la montaña, a unos 250 metros sobre nuestras cabezas, recortada por el firmamento, ¡Al fín! la clásica apacheta (pirámide de piedras) signo inequívoco del punto más alto del camino. Hicimos un alto para descansar, con el objetivo a la vista comenzamos a sonreir dejando atrás los difíciles momentos vividos, nos sentimos plenos y orgullosos de nosotros mismos y aunque sabemos que nos llevará unas tres horas más llegar a la cumbre; ya nuestras piernas tienen alas y nuestro ánimo está por las nubes. A las 13 horas subimos penosamente los últimos metros, arribando al punto más alto de una ruta en todo el continente americano (5,006 Mts.), nadie nos estaba esperando, aplaudiendo, o con una medalla para colgarnos al cuello, pero en nuestro interior “una multitud rugía de entusiasmo”, la Pacha Mama nos había “dejado” llegar… después vinieron los abrazos, las felicitaciones mutuas, fotos y filmaciones varias, etc. Y finalmente con la certeza de que todo había valido la pena, comenzamos a descender hacia La Poma primer lugar poblado distante unos 60 Kms. Nos llevó 5 horas avistar el pueblo, profundos precipicios bordean el camino constantemente, nuestras manos van agarrotadas presionando sin pausa los frenos, de vez en cuando volvemos la mirada atrás, el Abra del Acay nos contempla, nos pidió mucho, pero… también nos dio mucho y sobre todo nos dio la seguridad de que podemos pese a todas las dificultades, superarnos a nosotros mismos física y mentalmente.
Eran las 18 horas cuando nuestras bicicletas y nuestras humanidades cubiertas de polvo ruedan por las calles de La Poma. El “Aconcagua” de los cilo raidistas el Abra del Acay lo habíamos superado y paulatinamente una sensación de vacío se fue apoderando poco a poco de nuestros corazones, pero presentimos que la aventura una vez más nos llamará… ¡Y RESPONDEREMOS! a su llamado, y habrá otra “Abra del Acay” frente a nuestra ruedas que intentaremos subir, aunque haya quienes diga que “es una locura”, aunque el clima nos muestre sus garras, aunque el camino no exista, aunque tengamos que superar el mayor de los obstáculos… a nosotros mismos, a pesar de todo y de todos; lo intentaremos una vez más, mientras en nuestras mentes se escuchará la canción de Serrat ¡Caminante no hay camino, se hace camino al andar!.
AGRUPACIÓN PEDAL Y GARRA
Integrantes del raid cilcístico: Rubén Cela (el Pelado), “Piki” Orellano, Hector Elgueta (el Vasco) y Antonio José Moreno (Toni).
Total kilómetros recorridos 950.
Trayectos cumplidos: Belén, El Peñón, Provincia de Catamarca, Salta (ciudad), San Antonio de los Cobres, por Abra del Acay y Cuesta del Obispo hasta ciudad de Salta.
sábado, 27 de enero de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario